Otro Dios - I

por Ed René Kivitz

¿Por qué “otro Dios”? Para responder, necesito hacer una confesión: me gusta leer a Marx (1818 – 1883), Nietzsche (1844 – 1900), Freud (1856 – 1939), Sastre (1905 – 1980), y otros por el estilo.

Me gustan porque son pasionales, o mejor, prefiero decir viscerales y honestos, por lo menos en lo que escribieron. Me gustan porque sus preguntas dejan a los religiosos, como yo por ejemplo, contra la pared.

Me gustan porque sus preguntas no tienen nada que ver con Dios. Tienen que ver totalmente con los religiosos, o si tú prefieres, con la idea religiosa de Dios, aquello a lo que Saramago llamó “factor Dios” (la manera en como Dios es percibido, creído, tratado por los que creen).

La religión, en el sentido del “factor Dios”, de hecho, es un escondrijo para gente alienada, cobarde e infantil. No son pocos los que se apegan al “factor Dios’ en busca de consuelo para su infelicidad existencial y sobreviven del sueño del paraíso post mortem, entregando la historia a los oportunistas.

Muchas personas buscan en Dios al padre que nunca tuvieron o que quisieran haber tenido, quiero decir, aquel protector y proveedor incondicional a quien correr cuando la vida se pone de cuadritos. Hay otros que se amparan en Dios huyendo exactamente de la posibilidad de encarar los problemas de la vida, en rechazo a asumir la responsabilidad de escribir una biografía digna, entregando todo a los designios determinados por el cielo, la famosa voluntad de Dios.

¿Por qué “otro Dios”? Porque un Dios que genera alienados, infantiles y cobardes no es Dios, es un dios. Un Dios “de lomos anchos”, como dice mi madre, responsabilizado de todas las heridas de la vida, demandado a solucionar rápidamente la incomodidad de sus fieles, no es Dios, sino un dios, un ídolo.

Pero hay algo peor que ser un alienado, infantil y cobarde. Dicen que poca gente hace tanto mal como los estúpidos reclutas, los idiotas trabajadores. Cuando el sujeto es un idiota perezoso, pasivo, causa poco daño. Pero cuando el sujeto es dedicado, comprometido, voluntarioso, entonces el estrago es grande.

Ellos desembocan en el fundamentalismo, promueven los sectarismos, abusan de su pseudoautoridad, manipulan a la gente piadosa, usan la religión en beneficio propio, instrumentalizan el nombre de Dios, y transforman lo que sería esperanza en nihilismo y cinismo. Estos tales sirvieron para que Nietzsche justificara su angustia: “Si más redimidos parecieran redimidos, más fácil me sería creer en el redentor”.

Detrás de las tragedias

por Ed René Kivitz

Hice visitas pastorales a dos mujeres que estaban de luto. Luego de un tiempo, una de ellas dijo entre lágrimas: “Dios debe tener sus razones para llevarse a mi hijo, pero es tan difícil de entender”. Después de un silencio cauteloso y respetuoso le pregunté si ella consideraba la posibilidad de que Dios no tuviese ninguna razón para provocar la muerte de su hijo. Ella asintió y enjugó sus ojos, como diciendo “es así, tienes razón, Dios no tiene nada que ver con eso”.

Así es como creo. Afirmar que Dios tiene sus razones por detrás de las tragedias equivale a atribuir a Dios la causa de tales tragedias. Algo así como decir que Dios decide el día y la hora de poner nuestro mundo “patas para arriba”, motivado por la firme convicción que tiene algo para enseñarnos o un lugar donde desea llegar a costa de nuestro sufrimiento.

La pregunta que me hago es, a fin de cuentas, ¿qué es lo que Dios quiere hacer en mí, conmigo, por mí, a través de mí o contra mí, que puede ser más importante que la vida de mi hijo? No encuentro una respuesta suficientemente razonable para creer que Dios necesite sacrificar vidas por mi causa.

Por cierto, Dios ya sacrificó la única vida que de hecho necesitaba ser sacrificada por mi causa. El Calvario fue testigo.

Una declaración cristiana

por Ed René Kivitz

Mi impulso inicial fue titular este post “Respuesta a Benedicto XVI”, pero rápidamente desistí, pues sería atribuir demasiada importancia a la declaración del Vaticano. Le titulo “Una declaración cristiana” para ser coherente con el pensamiento de que en tiempos de posmodernidad y pluralismo (que algunos confunden con relativismo) no se admiten declaraciones categóricas. Lo máximo que un cristiano puede hacer es “una declaración cristiana”, pues la declaración cristiana sugiere la unanimidad entre los cristianos, lo que ciertamente existirá sólo en el cielo.

El documento “Respuestas a Cuestiones Relativas a Algunos Aspectos de la Doctrina sobre la Iglesia” elaborado por la Congregación para la Doctrina de la Fe y ratificado por el papa Benedicto XVI, y que afirma que “la única verdadera fe cristiana se encuentra en la Iglesia Católica”, genera la oportunidad para una declaración cristiana.

Conforme bien lo advirtió Pierucci:

No bastaron la arrogancia fundamentalista de la “Christian America” monoteísta del gobierno de George W. Bush y la truculencia fundamentalista del monoteísmo intransigente de los ayatolás y talibanes, ahora tendremos enfrente, para completar, otra especie del mismo genero: el fundamentalismo católico, que afirma el primado cristiano de la verdad católica en el universo multicultural de las iglesias cristianas ahora declaradas “no-iglesias” o “iglesias particulares”.

[Antônio Flávio Pierucci, Folha de São Paulo, 17 de julio de 2007]

Rechacé, por lo tanto, y de inmediato el pronunciamiento del Vaticano. Primeramente porque podría argumentar de la legitimidad del protestantismo. Podría abogar a favor del protestantismo, pero caería en el mismo error del Vaticano: reivindicar la posesión de la verdad. Sería también víctima de la equivocación que confunde el cuerpo místico de Cristo con las instituciones que pretenden representarlo en la historia.

Luego consideré afirmar que la verdad en relación a la fe cristiana no se encuentra ni en el catolicismo ni en el protestantismo, sino en las Escrituras, o en la Santa Biblia, comprendida como la antología de textos canónicos: la Ley de Moisés y los profetas del Antiguo Testamento y los escritos apostólicos del Nuevo Testamento. En ese caso, tanto el catolicismo como el protestantismo serían apenas interpretaciones de las Escrituras. Pero luego percibí que iba a cometer otro error, a saber, confundir doctrina con verdad: tanto el catolicismo como el protestantismo articulan la fe cristiana en términos dogmáticos y doctrinales, en los términos de la modernidad con su razón-manía que pretende hacer caber la verdad cristiana en un conjunto de teorías filosófico-teológicas. Más allá de confundir doctrina con verdad, confundiría la experiencia con el Cristo resucitado con la apropiación intelectual de las teorías que pretenden explicarla.

Yendo un poco más lejos, consideré que la tentativa de establecer a las Escrituras como el locus de la verdad en relación a la fe cristiana no tendría en cuenta el hecho que la Santa Biblia es una realidad tardía a la consolidación del cristianismo. De hecho, había en el movimiento cristiano llamado primitivo un conjunto de escritos apostólicos, pero no eran considerados textos canónicos autoritativos como lo son por la cristiandad contemporánea. El Canon bíblico fue formado en el siglo IV de la era cristiana, de modo que ya existía el cristianismo antes que hubiese lo que hoy llamamos Biblia.

Consideré, entonces, que la verdad en relación a la fe cristiana estuviera en el testimonio de la Iglesia, que nace en Pentecostés. La proclamación de los primeros cristianos, los documentos generados, y las experiencias comunitarias serian contenedores de la verdad. Pero en ese caso, dejaría al cristianismo y a la obra de Cristo a merced de las contingencias humanas, lo que no me agrada, incluso porque no es lo que leo en las Sagradas Escrituras; lo que significa que ni aún los primeros cristianos comprendían que eran protagonistas del movimiento de Cristo.

Me quedé con la más conservadora de las posibilidades: la única verdad en relación a la fe cristiana se encuentra en Cristo. El cristianismo prescinde de la Iglesia, de las Escrituras, del Clero, y de cualquier otra realidad que tenga la mínima cooperación humana para su existencia. La única cosa (perdón por lo de “cosa”) de la cual el cristianismo no prescinde es de Cristo.

El cristianismo es obra de Cristo resucitado y del Espíritu Santo. No es obra del catolicismo, ni del protestantismo. Es Cristo quien edifica a su iglesia. Es el Espíritu Santo quien guía a toda verdad, siendo que el propio Cristo es la verdad. Es Cristo la verdad y es el Espíritu Santo quien aproxima y une a Cristo a los que son suyos. Cristo está donde las Escrituras todavía no llegaron. Cristo está donde la Iglesia todavía no llegó. Cristo está donde el testimonio de la Iglesia todavía no llegó.

He aquí una declaración cristiana: “la única verdad de la fe cristiana se encuentra en Cristo”.

La ventana lateral

Por Ed René Kivitz

“La distancia que hay entre la ventana y mis ojos determina lo que veo allá afuera, en la calle. Si me coloco cerca, la visión se ensancha; si me quedo lejos, la visión se estrecha. Si voy hacia la izquierda, observo la plaza; si voy a la derecha, observo la torre. Soy yo quien determina lo que aparece fuera y sirve de panorama para mis ojos.

Pero no por eso es falso o equivocado lo que veo y describo, pues no soy yo quien crea las cosas que aparecen allá afuera. Ya existían antes que yo. No dependen de mí. Es útil y hasta necesario que cada uno defina bien clara y honestamente aquello que ve a través de su ventana. Eso redundará en beneficio del análisis que se hace de la realidad de la vida.

Lo que me consuela es que todos somos así. Bien limitados y condicionados por los propios ojos, dependientes unos de otros. Es intercambiando experiencias, en un diálogo franco y humilde, que nos ayudamos a observar mejor las cosas que vemos, y a romper las barreras que nos separan sin razón. Pues nadie es dueño de la verdad. Sólo intérprete”.

Así lo expresó Carlos Mesters, a quien leí hace más de veinte años. Desde entonces la teología quedó sub judice. Comprendí que la teología no es un discurso en relación a Dios, sino apenas un intercambio de impresiones en relación a las múltiples interpretaciones que los hombres hacen de Dios. Fue entonces que entendí por qué el Cristianismo no depende de la ortodoxia, sino de la revelación. La ortodoxia es una teología elevada a la categoría de verdad absoluta. La revelación es el encuentro con una persona. Una persona que no cabe ni en la teología, ni en la ortodoxia.

Religión y Otra Espiritualidad

por Ed René Kivitz

¿Cuál es la diferencia entre espiritualidad y religión?

La espiritualidad es la experiencia humana de lo sagrado, trascendente, divino. La religión es la manera como el ser humano organiza y vivencia esta experiencia. Espiritualidad es una experiencia humana universal. Religión es una experiencia humana condicionada a dogmas, ritos, códigos morales y grupos de personas que creen en las mismas cosas y celebran su espiritualidad de la misma manera. Las religiones más conocidas en el mundo son: Judaísmo, Islam, Cristianismo, Hinduismo y Budismo. La espiritualidad es lo que los seres humanos tienen en común. Por ejemplo, tanto el Dalai Lama como el Papa Benedicto XVI tienen una espiritualidad, pero tienen creencias diferentes. Uno es budista y el otro es cristiano. En términos simples, así como el ser humano tiene corporalidad (relación con el cuerpo) y racionalidad (relación con la mente), también tiene espiritualidad (relación con las realidades espirituales). La religión es la manera como cada ser humano desarrolla y practica su espiritualidad.


¿Por qué “otra espiritualidad”?

Dentro de cada religión existe una variedad de formas de vivenciar la espiritualidad. Por ejemplo, en el Cristianismo la espiritualidad puede ser vivida de una forma Católico Romana y otra Protestante, e incluso dentro del Protestantismo existen ramificaciones como el protestantismo histórico, el pentecostalismo y el neo-pentecostalismo. En Brasil, los protestantes quedaron conocidos como “evangélicos”. Significa que, “evangélico” es una rama del protestantismo, que a su vez es una rama del Cristianismo, que a su vez es una de las cinco grandes religiones. Ser “evangélico”, por lo tanto, es una forma de vivir la espiritualidad cristiana, y en ese caso podemos decir que existe una “espiritualidad cristiana evangélica”. Por detrás de la expresión “otra espiritualidad” está la sugerencia de que existe otra manera de vivir la espiritualidad cristiana, diferente de la manera como los evangélicos la viven. En verdad, el libro* busca demostrar bajo varios enfoques, que la “espiritualidad evangélica” está cada vez más distante de lo que puede considerarse una “espiritualidad cristiana”.

* en este caso el blog (N. del T.)

El camello y el ojo de la aguja

por Ed René Kivitz

Es más fácil ser adepto a la teología de la prosperidad que a la teología de la liberación (que, según dicen, ya murió, pero quienes lo dicen se engañan). Para quien desea tener éxito rápido, confort, popularidad, y una iglesia creciendo sin parar, basta que se ofrezca el evangelio en un embalaje adecuado a la burguesía. Se recomienda evitar críticas a la acumulación de riquezas, llamados humanitarios, referencias a las palabras solidaridad y justicia, opciones ideológicas que favorezcan a los pobres, demostración de simpatía a las expresiones como “contrato social” y “otro mundo posible”, sermones basados en los profetas menores, convocatorias al sacrificio y cosas similares. Tan sólo dos problemas surgirán en el camino: el tribunal de la consciencia (que enfrentando oposición terminará disolviéndose) y el juicio final.

Otra Espiritualidad

por Ed René Kivitz

La expresión “otra espiritualidad” sugiere la pregunta: “¿otra en relación a qué?” ¿Significa que una espiritualidad esta siendo abandonada para que en su lugar aparezca “otra”? En mi caso es simple: estoy abandonando la espiritualidad del sentido común evangélico, y saliendo en busca de la espiritualidad del sentido común de la tradición cristiana.

Me apresuro a explicar. Considero “sentido común” una forma simple de referirme al hecho de que a pesar de la enorme diversidad en relación a las características que identifican al ser evangélico, hay un núcleo que resume la manera como este segmento religioso de la sociedad articula su creencia y su modus vivendi. Al escoger el sentido común, admito que la “otra espiritualidad” que busco no es una novedad, sino un rescate de los aspectos esenciales de la fe cristiana conforme se establecieron en estos más de dos mil años de historia.

Dejando de lado el rigor académico y científico, que no caben en la propuesta de este texto, le llamo “sentido común de la fe evangélica” a los contenidos articulados en la fase más visible de esta tradición religiosa, notoriamente a través de los medios de comunicación impresos, radiales y televisivos. Son los autores y comunicadores masivos quienes le “hacen la cabeza” a los fieles y de a poco van definiendo, consciente e inconscientemente, voluntaria e involuntariamente, un núcleo de creencias determinantes de una cosmovisión, y por consecuencia, una forma de ser en el mundo. A partir de un determinado punto, pasa a existir una cultura autónoma, independiente de los contenidos más elaborados de los teóricos. Esta cultura autónoma es apropiada por el pueblo y a partir de entonces enciende un proceso de desarrollo de creencias y costumbres que se van distanciando cada vez más de la propuesta original.

No tengo dudas en cuanto al hecho de que este fenómeno sucedió en la llamada iglesia evangélica, y que el ser evangélico, conforme a lo comprendido al día de hoy por la sociedad brasileña, e incluso hasta por muchos evangélicos, es algo totalmente distante de los contenidos originales de la fe cristiana. Evidentemente, presume quien afirma conocer “los contenidos originales de la fe cristiana”, pues toda teología es interpretación, significa que todo cuanto los cristianos propagan son versiones del contenido original. Lo que se exige es la evaluación mínima de los contenidos actuales en comparación con aquellos que históricamente, desde periodos más remotos, fueron divulgados como constitutivos de la fe cristiana. Tengo la firme convicción que el cristianismo de los evangélicos contemporáneos es absolutamente distinto del cristianismo de los primeros cristianos y de las tradiciones teológicas más consistentes de la historia de la iglesia.

Por cierto, es muy triste el hecho de que gran parte de los nuevos líderes evangélicos y de los nuevos convertidos a la fe evangélica desconozcan la tradición teológica de la historia de la iglesia, sus exponentes más respetados, sus fundamentos filosóficos, sus enfrentamientos con los espíritus de sus épocas, sus argumentaciones apologéticas y, principalmente, su sangre vertida en defensa de la fe. Los neo-evangélicos están demasiado ocupados en construir una experiencia religiosa que les satisfaga de inmediato y no se ocupan de las aproximaciones a la verdad, pues viven el pragmatismo de quien se dedica a hacer funcionar a dios en vez de ser un íntimo de Él.

Fui tomando consciencia de eso de a poco y, en cierta forma, construyendo mi pensamiento al respecto de “otro Dios y otra espiritualidad” paso a paso, cada vez un insight, como el pan, que nos llega al alma cada mañana, cayendo del cielo cada día. Pan que reparto con temor y temblor.

Gloria Dei, vivens homo

por Ed René Kivitz

El ateismo es un fenómeno de la modernidad. Fue a partir del Iluminismo que se hizo la distinción entre fe y ciencia, lo que dio resultado al surgimiento de los campos religioso y secular. La modernidad excluyó a Dios como hipótesis para explicar el universo y normalizar la vida social. Mientras que la religión explica el mundo con afirmaciones metafísicas sustentadas por la fe, la secularización se vale del método científico que demuestra los hechos: contra los hechos no hay argumentos. Lo que la ciencia no puede probar no puede ser impuesto como paradigma para la vida en sociedad, es objeto de fe individual y privada.

Copérnico y Galileo iniciaron el derrumbe de las explicaciones teológicas del mundo de la física. Karl Marx condenó la religión como el opio del pueblo e instrumento de alienación social. Friedrich Nietzsche denunció la fe en Dios como un impedimento al desarrollo de una humanidad autentica. Sigmund Freud afirmó la búsqueda de dios como una manifestación de un rechazo a la madurez, una opción por la infantilidad que insiste en mantenerse bajo el cuidado de un Dios que se parece más a un padre sobre-protector.

Todos ellos tenían en común la preocupación de emancipar al ser humano de la ignorancia científica, la opresión social, la cobardía existencial, la infantilidad psicológica. Sus palabras negaron a Dios, pero su intención afirmó a Dios con todas las letras. Como Queruga esclarece, el ateismo de la modernidad puede ser entendido no como la negación de lo divino, sino como la afirmación de lo humano.

El tiro moderno salió por la culata. La “muerte de Dios” mató al hombre y vació el universo de sentido: dirección y significado. Y entonces surgió la modernidad líquida (Bauman), cuando ya se sabe que el humano no se basta, la ciencia y la tecnología no son suficientes, las ideologías carecen de suplemento de alma y la razón no abarca la totalidad de la realidad: “hay mas misterios entre el cielo y la tierra de lo que sueña nuestra vana filosofía” decretó Shakespeare.

He aquí la oportunidad del rescate de la religión, o mejor dicho del Cristianismo (el gran condenado en el banco de los reos de la modernidad). Ahora es la hora de mostrar que el sueño de la modernidad se realiza en el Cristianismo adulto. Solamente a partir de la fe y de la relación con la trascendencia, más allá de los límites de la razón, el ser humano desarrolla su plena humanidad. El Cristianismo también quiere el surgimiento del hombre nuevo, o como dijo San Ireneo de Lyon en el siglo II: Gloria Dei, vivens homo; la gloria de Dios es el hombre en la plenitud de su vida.

El Dios despojado

por Ed René Kivitz

Basado en la PARÁBOLA DE LOS HIJOS PERDIDOS
(Lucas 15:11-32)


Tú puedes hacer teología de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba. En caso que elijas hacer teología de arriba hacia abajo, tendrás la compañía de todos los filósofos, especialmente los griegos, que adhirieron a la idea de la perfección de Dios, y dieron todo énfasis a los atributos incomunicables de Dios: omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia 1. Todos los que miran a Dios a través de ese paradigma se imaginan a Dios en un trono alto y sublime (Isaías 6:1), habitando en luz inaccesible (1º Timoteo 6:16), invocado mediante la oración de fe, viene al mundo a hacer cosas buenas (milagros) para sus hijos. No hay nada equivocado en esa descripción de Dios.

Pero también puedes hacer teología de abajo hacia arriba. En ese caso, deberás dejar de lado aquello que Dios es en términos de su perfecta naturaleza eterna, y enfocar la atención en la manera como Dios escogió revelarse y relacionarse con las personas en la historia. Tus ojos deben dejar de lado la visión ideal y abstracta de la filosofía, y volverse hacia Jesucristo, sus acciones y palabras, que revelan al Padre (Juan 10:30; 14:9).

La Biblia enseña que Jesús es Dios despojado, Dios en forma humana, en forma de siervo (Filipenses 2:5-8). Jesús es Dios con nosotros, significa que Dios se revela y se relaciona con nosotros en Jesús (Juan 1:14-18; Hebreos 1:1-3). En Jesús, Dios está despojado, pues su omnipotencia fue limitada por la fe de los que se acercaban a él (Mateo 13:53-58), su omnisciencia fue limitada por el Padre (Mateo 24:36), su omnipresencia fue limitada por la propia encarnación.

La expresión Dios despojado no habla acerca de la naturaleza de Dios. Dios es el mismo, tanto en el trono alto y sublime como encarnado en la persona de Jesús. Pero la manera como Dios se relaciona en el cielo es diferente a la manera como se relaciona en la tierra. En el cielo hace todo lo que le agrada y reina soberano. En la tierra Él obra en y con las personas que responden a su invitación a la comunión con su Hijo: “venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” 2. Esto queda aún más claro cuando comprendemos los criterios según los cuales Dios escogió relacionarse con sus hijos, conforme Jesús enseña en la “parábola de los hijos perdidos” (Lucas 15:11-32).

En primer lugar, el Dios despojado se relaciona según el criterio de la libertad. El hijo menor pide su parte de la herencia y se va de la casa de su padre. En aquella época y cultura, el pedido equivaldría a decir más o menos lo siguiente: –“Padre, todo lo que quiero es que te mueras. Todo lo que me interesa es tu chequera”–. Lo impresionante es que el padre no ofrece oposición a ese deseo del hijo. El criterio es la libertad: –“Tú quieres irte, hijo mío, lo lamento, pero no voy a atarte a mi lado, no voy a obligarte a vivir conmigo en contra de tu voluntad. Sigue tu camino”–.

El Dios despojado no retiene relaciones por la fuerza, mediante la manifestación de su poder y la imposición de su autoridad soberana. El Dios despojado da un paso atrás, para que tú puedas ejercer la libertad de existir con Él o contra Él.

En segundo lugar, el Dios despojado se relaciona según el criterio de la confrontación. El hijo mayor se rehúsa a participar de la fiesta que el padre promueve para alegrarse por el regreso del hijo menor, que estaba muerto y revivió, estaba perdido y fue encontrado. El padre va al encuentro del hijo mayor y lo interpela, lo confronta y lo coloca ante la necesidad de tomar una decisión. Pero no decide por él, ni lo obliga a someterse a su voluntad.

El padre no exige obediencia diciendo: –“Mientras estés en mi casa harás las cosas a mi manera”–. El padre confronta al hijo y espera tocar su consciencia, para que, a ejemplo del hijo menor, él también “caiga en si” y experimente una transformación desde adentro hacia fuera; de modo que su sumisión a la voluntad del padre sea un acto voluntario y consciente de ser la mejor opción.

Dios no es un remediador de problemas. Es un remediador de personas. Dios no prometió hacer nuestra vida mejor. Prometió hacernos hombres y mujeres mejores; semejantes a su Hijo 3.

Quien espera una vida mejor como resultado de la intervención del Dios omnipotente, omnipresente y omnisciente, termina frustrado y entregándose a la culpa y la incredulidad. Quien espera ser una persona mejor y andar en comunión con Dios, en una relación de amor y libertad, respondiendo a sus confrontaciones y disfrutando de su presencia y dulce compañía es capaz de enfrentar la vida, cualquiera que ésta sea.


1. Por ejemplo: Job 42:2; Salmo 139; Isaías 43:13; Lucas 18:27.
2. Salmo 115:3; Mateo 6:10; 1º Corintios 1:9.
3. Romanos 8:28-30; 2º Corintios 3:18; Gálatas 4:19; Efesios 4:11-13.