Perfume de mujer

por Ed René Kivitz

De repente entra en la sala una mujer de reputación más que dudosa y camina segura en dirección a Jesús. Sin la menor ceremonia se arrodilla detrás de él y le lava los pies con sus lágrimas. Utiliza sus cabellos como toalla, y derrama sobre los pies secos el perfume que llena la casa del olor del cabaret. Jesús no se hace esperar: entrega los pies a los besos de la mujer.

Los estrechos de mente de guardia no pierden tiempo. Critican el desperdicio de perfume, sugiriendo en que podría ser transformado en pan para los pobres, y dejarán en claro que se trata de una mujer de pésima reputación, pecadora, decían. Detrás de las palabras respecto de la mujer está implícita la condena a Jesús: si fuera profeta sabría que la mujer no vale nada; si fuese un hombre serio no se dejaría tocar de esa manera; se fuese uno de nosotros condenaría a la mujer de vida fácil.

Pero Jesús es diferente. No es uno de los nuestros. Jesús acepta el perfume de las prostitutas. Ya puedo escuchar las observaciones de los estrechos de mente de hoy: "es verdad, pero la mujer abandonó aquella vida"... no lo se. Todo lo que Jesús le dijo fue "tus pecados son perdonados", pues la demostración del amor era proporcional al alivio de la culpa: a quien mucho se le perdona, mucho ama. Y Jesús se despide de la mujer: "tu fe te salvó, ve en paz".

Por regla general, los beatos no aceptan el perfume de las pecadoras. Y cuando lo aceptan, quieren asegurarse que ya cambiaron de vida o pretendan cambiar. Esta es la faz más sombría del cristianismo institucionalizado: imponer su moral, enclaustrar el amor de Dios y la gracia de Cristo. ¿Será que debemos "dejar" que la gracia haga su camino dentro de las personas, y las personas hagan su camino dentro de la gracia? ¿Será que alcanzamos a creer que Dios trata con los pecadores, y lo hace aceptando su perfume? ¿O preferimos controlar a los pecadores, exigiendo que se ajusten a nuestra estrecha moralidad, en vez de darles espacio para ser transformados de dentro hacia fuera?

¿Dónde escondieron al Dios que acepta el perfume de las prostitutas?