La navidad de Jesús

por Ed René Kivitz

La navidad de Jesús es el nacer de Dios entre los hombres.

Admitir la divinidad de Jesús es un paso más allá de la razón. Nada puede probar el hecho para que se vuelva un saber: nadie sabe que Jesús es Dios como sabe que e=mc2. Jesús no es objeto de filosofía y ciencia. Jesús es aceptado por fe.

Más bien, pareciera que existe un paso de fe sobre fe. Más fácil es creer en Dios glorioso y majestuoso. Difícil es creer en Dios manso y humilde. Más fácil es creer en Dios rey soberano y triunfante. Difícil es creer en Dios siervo sufriente y despreciado. Más fácil es creer en Dios manifestando poder. Difícil es creer en Dios suspirando amor. Admitir que Jesús es Dios es fe. Admitir que Dios es Jesús es fe sobre fe. Adorar a Jesús vestido de Dios es fe. Adorar a Dios vestido de Jesús es fe sobre fe.

La navidad de Jesús es fe sobre fe.

Otro Dios II

por Ed René Kivitz

Ha llegado mi turno de decir “Dios murió, ustedes mataron a Dios”. Conozco los riesgos. Dicen que gato escaldado de agua fría huye. Pero algunos gatos no se dan por vencidos. A propósito, dicen también que los gatos tienen siete vidas. Como sea.

Todo bien, me puedo moderar un poco, respetando a las personas que me quieren y se preocupan por mí. Temen que me comprometa en luchas quijotescas. Temen las represalias que pueda sufrir. Y, en realidad, temen que yo pierda el juicio y la fe. En ese caso, doy un paso atrás y digo que un dios murió en mí. Y nació otro, que me sedujo con amor eterno. Por Él me enamoré.

El dios que murió fue exaltado en la subcultura de la religiosidad evangélica brasileña. Básicamente, era un dios que:

1. vivía de guardia para librarme de cualquier tragedia, evitar mis sufrimientos, y abreviar las situaciones que me trajeran incomodidad;
2. prometía satisfacer no sólo mis necesidades, sino también mis deseos;
3. estaba obligado a favorecerme en todas mis demandas contra los paganos;
4. compensaba mi irresponsabilidad e ignorancia a cambio de mi fe;
5. manipulaba todas las circunstancias de la vida, como un tapicero que corta los hilos y sólo nos deja ver el reverso del tapiz para revelarnos el bello paisaje al final del proceso, capaz de fascinar a todos aquellos que miran del lado correcto.

En fin, murió en mí aquel dios semejante a la figura idealizada de un superpadre, que hizo que hombre como Freud, Nietzsche y Sartre despreciaran la religión.

Ese dios murió porque demostró ser falso. Significa que, o de hecho no existía, o había sido descrito de manera equivocada, pues uno no necesita ser muy sagaz para darse cuenta que:

1. el justo sufre,
2. el justo convive con frustraciones,
3. los malos prosperan,
4. Dios no hace lo que compete hacer a los seres humanos, y
5. no es posible concebir que Dios haya decidido en la eternidad que una muchacha, misionera, sería violada en una esquina de San Pablo para cumplir un propósito divino, pues en ese caso el violador estaría exento de responsabilidad.

No es sensata la creencia en un dios que pone a sus fieles dentro de una burbuja protectora para librarles de toda suerte de dificultades y posibilidades de dolores. La Santa Biblia atestigua que todos los hombres que fueron íntimos de Dios y cumplieron tareas designadas por Él sufrieron, incluso más que aquellos que le dieron a Dios la espalda. Eso llevó a Santa Teresa de Ávila a decir: “Si el Señor trata así a sus amigos, no es de extrañar que tenga tantos enemigos”. Tampoco tiene sentido el relacionarse con Dios motivado por el interés de sus bendiciones y galardones, pues eso hace que Dios deje de ser un fin en sí mismo y pase a ser un medio de prosperidad, o sea, pasa a ser un ídolo al servicio de los fieles. Igualmente incoherente es creer que la fe es suficiente para el éxito, pues nadie pasa el examen de ingreso a la universidad “por la fe”. Finalmente, no es prudente creer que Dios es el factor causal de todo lo que sucede en el mundo, pues en ese caso Dios estaría detrás de todo acto de maldad, incitando al malvado, de modo que nadie sería responsable de sus actos.

Ese dicho “Dios tiene un plan para cada criatura” es incoherente con la fe cristiana, pues seres creados a imagen y semejanza de Dios no pueden ser privados de libertad. O los seres humanos son responsables por sus destinos, o no pueden ser juzgados moralmente.

Ese dios murió. Pero su muerte hizo resonar una pregunta en el ambiente: ¿Dios tiene un trato especial para los nacidos de nuevo? O sea, en relación a los no cristianos, ¿los cristianos son tratados de manera distinta por su Dios? Mi respuesta es sí y no.

Sí, porque, por definición, aquellos que se relacionan de manera consciente y voluntaria con Dios disfrutan de posibilidades que sobrepasan los horizontes de vida de aquellos que viven como si Dios no existiera. La pregunta en relación al cuidado especial de Dios no se refiere al favoritismo o la acepción de personas, sino de algo inherente a lo relacional. Algo así como preguntar si una madre trata distinto a sus hijos en relación a otros niños. Es obvio que sí, pues están bajo su cuidado y bajo su autoridad. Pero, en teoría, una mujer que vive la experiencia de la maternidad trata a todos los niños con el mismo sentido de justicia y de compasión. Y es, justamente, en ese sentido que Dios no hace ninguna distinción entre quienes lo reconocen y quienes lo rechazan: Dios hace salir el sol sobre justos e injustos.

Pero entonces, ¿cuál fue el Dios que nació para ocupar el lugar del dios que murió? O si se prefiere, para hacerlo más práctico, ¿qué puedo esperar de Dios?

1. Siendo cristiano, percibo la vida con otros ojos. Experimenté la metanoia, aquello que le llaman arrepentimiento, pero que creo es una expansión de la consciencia (del griego meta = más allá, y nous = mente). Vivo bajo valores, imperativos, prioridades y propósitos definidos. Conocer a Dios me hace andar en la luz, en la verdad, libre de pesos, culpas y máscaras, con la consciencia y las intenciones tan puras como las que un ser humano imperfecto puede tener, y eso es suficiente para que mi vida de un salto cualitativo inmensurable.

2. Recibo el auxilio de Dios en mi “hombre interior”, pues siendo verdad que “todo lo puedo en Cristo que me fortalece” aprendo a vivir con contentamiento en cualquier situación. Las promesas de Dios a los suyos no se refieren al confort circunstancial o a la prosperidad aquí y ahora, sino que afectan la interioridad humana, por ejemplo, con paz que excede todo conocimiento y gozo completo. Más que eso, la intimidad con Dios no hace mi vida más fácil, sino que me hace más humano, más maduro, más capaz de amar con lucidez para escoger las cosas más excelentes, más capaz de enfrentar con dignidad toda situación.

3. Estoy integrado a una comunidad de cristianos que me bendice en la dinámica de la cooperación. El socorro de Dios para mi vida llega a través de las manos de mis hermanos. Son mis hermanos los que me hablan las palabras de Dios, comparten conmigo su pan, andan a mi lado en el valle de sombra de muerte. Experimento la presencia de Dios en la comunión con los hijos de Dios, viendo a Dios en el rostro de mis hermanos.

4. Tengo mi consciencia y sensibilidad despiertas al sufrimiento de la raza humana y la agonía del cosmos que sufre sus dolores, de manera que pueda recibir un poco del amor y de la compasión del corazón de Dios en mi propio corazón, y acepto la utopía del cielo nuevo y de la tierra nueva no como sueños irrealizables sino como promesa que motiva la acción cada vez que soy interpelado por Dios, que me habla desde el clamor de los oprimidos.

5. Vivo bajo la mirada amorosa, poderosa y justa de Dios, que interfiere en mi vida a la luz de su economía eterna, a su criterio, y ese es el misterio de la gracia, que no depende de los méritos de los beneficiados. Descanso en el hecho de que, a pesar de Dios no ser el factor causal de todo lo que me sucede, no hay cosas que puedan acontecerme que estén fuera de su conocimiento, control y cuidado. Me es suficiente creer que cada vez que Dios opta por dejar que la vida siga su curso normal (y generalmente es eso lo que Dios hace) nada puede separarme de su amor, que es en Cristo Jesús mi Salvador.

En síntesis, murió el dios que hacía de mí un niño consentido, que lloraba cada desencuentro con la vida. Recibí la revelación del Dios que me invita a crecer, para que Él pueda recibirme como su cooperador, su amigo, alguien con quien Él no tiene secretos, y que encuentra la felicidad no en la vida confortable, sino en la vida digna. Con la muerte de un dios, murió también una espiritualidad. Y nació otra, marcada por la gracia, por la fe y por la resistencia.

Otro Dios - I

por Ed René Kivitz

¿Por qué “otro Dios”? Para responder, necesito hacer una confesión: me gusta leer a Marx (1818 – 1883), Nietzsche (1844 – 1900), Freud (1856 – 1939), Sastre (1905 – 1980), y otros por el estilo.

Me gustan porque son pasionales, o mejor, prefiero decir viscerales y honestos, por lo menos en lo que escribieron. Me gustan porque sus preguntas dejan a los religiosos, como yo por ejemplo, contra la pared.

Me gustan porque sus preguntas no tienen nada que ver con Dios. Tienen que ver totalmente con los religiosos, o si tú prefieres, con la idea religiosa de Dios, aquello a lo que Saramago llamó “factor Dios” (la manera en como Dios es percibido, creído, tratado por los que creen).

La religión, en el sentido del “factor Dios”, de hecho, es un escondrijo para gente alienada, cobarde e infantil. No son pocos los que se apegan al “factor Dios’ en busca de consuelo para su infelicidad existencial y sobreviven del sueño del paraíso post mortem, entregando la historia a los oportunistas.

Muchas personas buscan en Dios al padre que nunca tuvieron o que quisieran haber tenido, quiero decir, aquel protector y proveedor incondicional a quien correr cuando la vida se pone de cuadritos. Hay otros que se amparan en Dios huyendo exactamente de la posibilidad de encarar los problemas de la vida, en rechazo a asumir la responsabilidad de escribir una biografía digna, entregando todo a los designios determinados por el cielo, la famosa voluntad de Dios.

¿Por qué “otro Dios”? Porque un Dios que genera alienados, infantiles y cobardes no es Dios, es un dios. Un Dios “de lomos anchos”, como dice mi madre, responsabilizado de todas las heridas de la vida, demandado a solucionar rápidamente la incomodidad de sus fieles, no es Dios, sino un dios, un ídolo.

Pero hay algo peor que ser un alienado, infantil y cobarde. Dicen que poca gente hace tanto mal como los estúpidos reclutas, los idiotas trabajadores. Cuando el sujeto es un idiota perezoso, pasivo, causa poco daño. Pero cuando el sujeto es dedicado, comprometido, voluntarioso, entonces el estrago es grande.

Ellos desembocan en el fundamentalismo, promueven los sectarismos, abusan de su pseudoautoridad, manipulan a la gente piadosa, usan la religión en beneficio propio, instrumentalizan el nombre de Dios, y transforman lo que sería esperanza en nihilismo y cinismo. Estos tales sirvieron para que Nietzsche justificara su angustia: “Si más redimidos parecieran redimidos, más fácil me sería creer en el redentor”.

Detrás de las tragedias

por Ed René Kivitz

Hice visitas pastorales a dos mujeres que estaban de luto. Luego de un tiempo, una de ellas dijo entre lágrimas: “Dios debe tener sus razones para llevarse a mi hijo, pero es tan difícil de entender”. Después de un silencio cauteloso y respetuoso le pregunté si ella consideraba la posibilidad de que Dios no tuviese ninguna razón para provocar la muerte de su hijo. Ella asintió y enjugó sus ojos, como diciendo “es así, tienes razón, Dios no tiene nada que ver con eso”.

Así es como creo. Afirmar que Dios tiene sus razones por detrás de las tragedias equivale a atribuir a Dios la causa de tales tragedias. Algo así como decir que Dios decide el día y la hora de poner nuestro mundo “patas para arriba”, motivado por la firme convicción que tiene algo para enseñarnos o un lugar donde desea llegar a costa de nuestro sufrimiento.

La pregunta que me hago es, a fin de cuentas, ¿qué es lo que Dios quiere hacer en mí, conmigo, por mí, a través de mí o contra mí, que puede ser más importante que la vida de mi hijo? No encuentro una respuesta suficientemente razonable para creer que Dios necesite sacrificar vidas por mi causa.

Por cierto, Dios ya sacrificó la única vida que de hecho necesitaba ser sacrificada por mi causa. El Calvario fue testigo.

Una declaración cristiana

por Ed René Kivitz

Mi impulso inicial fue titular este post “Respuesta a Benedicto XVI”, pero rápidamente desistí, pues sería atribuir demasiada importancia a la declaración del Vaticano. Le titulo “Una declaración cristiana” para ser coherente con el pensamiento de que en tiempos de posmodernidad y pluralismo (que algunos confunden con relativismo) no se admiten declaraciones categóricas. Lo máximo que un cristiano puede hacer es “una declaración cristiana”, pues la declaración cristiana sugiere la unanimidad entre los cristianos, lo que ciertamente existirá sólo en el cielo.

El documento “Respuestas a Cuestiones Relativas a Algunos Aspectos de la Doctrina sobre la Iglesia” elaborado por la Congregación para la Doctrina de la Fe y ratificado por el papa Benedicto XVI, y que afirma que “la única verdadera fe cristiana se encuentra en la Iglesia Católica”, genera la oportunidad para una declaración cristiana.

Conforme bien lo advirtió Pierucci:

No bastaron la arrogancia fundamentalista de la “Christian America” monoteísta del gobierno de George W. Bush y la truculencia fundamentalista del monoteísmo intransigente de los ayatolás y talibanes, ahora tendremos enfrente, para completar, otra especie del mismo genero: el fundamentalismo católico, que afirma el primado cristiano de la verdad católica en el universo multicultural de las iglesias cristianas ahora declaradas “no-iglesias” o “iglesias particulares”.

[Antônio Flávio Pierucci, Folha de São Paulo, 17 de julio de 2007]

Rechacé, por lo tanto, y de inmediato el pronunciamiento del Vaticano. Primeramente porque podría argumentar de la legitimidad del protestantismo. Podría abogar a favor del protestantismo, pero caería en el mismo error del Vaticano: reivindicar la posesión de la verdad. Sería también víctima de la equivocación que confunde el cuerpo místico de Cristo con las instituciones que pretenden representarlo en la historia.

Luego consideré afirmar que la verdad en relación a la fe cristiana no se encuentra ni en el catolicismo ni en el protestantismo, sino en las Escrituras, o en la Santa Biblia, comprendida como la antología de textos canónicos: la Ley de Moisés y los profetas del Antiguo Testamento y los escritos apostólicos del Nuevo Testamento. En ese caso, tanto el catolicismo como el protestantismo serían apenas interpretaciones de las Escrituras. Pero luego percibí que iba a cometer otro error, a saber, confundir doctrina con verdad: tanto el catolicismo como el protestantismo articulan la fe cristiana en términos dogmáticos y doctrinales, en los términos de la modernidad con su razón-manía que pretende hacer caber la verdad cristiana en un conjunto de teorías filosófico-teológicas. Más allá de confundir doctrina con verdad, confundiría la experiencia con el Cristo resucitado con la apropiación intelectual de las teorías que pretenden explicarla.

Yendo un poco más lejos, consideré que la tentativa de establecer a las Escrituras como el locus de la verdad en relación a la fe cristiana no tendría en cuenta el hecho que la Santa Biblia es una realidad tardía a la consolidación del cristianismo. De hecho, había en el movimiento cristiano llamado primitivo un conjunto de escritos apostólicos, pero no eran considerados textos canónicos autoritativos como lo son por la cristiandad contemporánea. El Canon bíblico fue formado en el siglo IV de la era cristiana, de modo que ya existía el cristianismo antes que hubiese lo que hoy llamamos Biblia.

Consideré, entonces, que la verdad en relación a la fe cristiana estuviera en el testimonio de la Iglesia, que nace en Pentecostés. La proclamación de los primeros cristianos, los documentos generados, y las experiencias comunitarias serian contenedores de la verdad. Pero en ese caso, dejaría al cristianismo y a la obra de Cristo a merced de las contingencias humanas, lo que no me agrada, incluso porque no es lo que leo en las Sagradas Escrituras; lo que significa que ni aún los primeros cristianos comprendían que eran protagonistas del movimiento de Cristo.

Me quedé con la más conservadora de las posibilidades: la única verdad en relación a la fe cristiana se encuentra en Cristo. El cristianismo prescinde de la Iglesia, de las Escrituras, del Clero, y de cualquier otra realidad que tenga la mínima cooperación humana para su existencia. La única cosa (perdón por lo de “cosa”) de la cual el cristianismo no prescinde es de Cristo.

El cristianismo es obra de Cristo resucitado y del Espíritu Santo. No es obra del catolicismo, ni del protestantismo. Es Cristo quien edifica a su iglesia. Es el Espíritu Santo quien guía a toda verdad, siendo que el propio Cristo es la verdad. Es Cristo la verdad y es el Espíritu Santo quien aproxima y une a Cristo a los que son suyos. Cristo está donde las Escrituras todavía no llegaron. Cristo está donde la Iglesia todavía no llegó. Cristo está donde el testimonio de la Iglesia todavía no llegó.

He aquí una declaración cristiana: “la única verdad de la fe cristiana se encuentra en Cristo”.

La ventana lateral

Por Ed René Kivitz

“La distancia que hay entre la ventana y mis ojos determina lo que veo allá afuera, en la calle. Si me coloco cerca, la visión se ensancha; si me quedo lejos, la visión se estrecha. Si voy hacia la izquierda, observo la plaza; si voy a la derecha, observo la torre. Soy yo quien determina lo que aparece fuera y sirve de panorama para mis ojos.

Pero no por eso es falso o equivocado lo que veo y describo, pues no soy yo quien crea las cosas que aparecen allá afuera. Ya existían antes que yo. No dependen de mí. Es útil y hasta necesario que cada uno defina bien clara y honestamente aquello que ve a través de su ventana. Eso redundará en beneficio del análisis que se hace de la realidad de la vida.

Lo que me consuela es que todos somos así. Bien limitados y condicionados por los propios ojos, dependientes unos de otros. Es intercambiando experiencias, en un diálogo franco y humilde, que nos ayudamos a observar mejor las cosas que vemos, y a romper las barreras que nos separan sin razón. Pues nadie es dueño de la verdad. Sólo intérprete”.

Así lo expresó Carlos Mesters, a quien leí hace más de veinte años. Desde entonces la teología quedó sub judice. Comprendí que la teología no es un discurso en relación a Dios, sino apenas un intercambio de impresiones en relación a las múltiples interpretaciones que los hombres hacen de Dios. Fue entonces que entendí por qué el Cristianismo no depende de la ortodoxia, sino de la revelación. La ortodoxia es una teología elevada a la categoría de verdad absoluta. La revelación es el encuentro con una persona. Una persona que no cabe ni en la teología, ni en la ortodoxia.

Religión y Otra Espiritualidad

por Ed René Kivitz

¿Cuál es la diferencia entre espiritualidad y religión?

La espiritualidad es la experiencia humana de lo sagrado, trascendente, divino. La religión es la manera como el ser humano organiza y vivencia esta experiencia. Espiritualidad es una experiencia humana universal. Religión es una experiencia humana condicionada a dogmas, ritos, códigos morales y grupos de personas que creen en las mismas cosas y celebran su espiritualidad de la misma manera. Las religiones más conocidas en el mundo son: Judaísmo, Islam, Cristianismo, Hinduismo y Budismo. La espiritualidad es lo que los seres humanos tienen en común. Por ejemplo, tanto el Dalai Lama como el Papa Benedicto XVI tienen una espiritualidad, pero tienen creencias diferentes. Uno es budista y el otro es cristiano. En términos simples, así como el ser humano tiene corporalidad (relación con el cuerpo) y racionalidad (relación con la mente), también tiene espiritualidad (relación con las realidades espirituales). La religión es la manera como cada ser humano desarrolla y practica su espiritualidad.


¿Por qué “otra espiritualidad”?

Dentro de cada religión existe una variedad de formas de vivenciar la espiritualidad. Por ejemplo, en el Cristianismo la espiritualidad puede ser vivida de una forma Católico Romana y otra Protestante, e incluso dentro del Protestantismo existen ramificaciones como el protestantismo histórico, el pentecostalismo y el neo-pentecostalismo. En Brasil, los protestantes quedaron conocidos como “evangélicos”. Significa que, “evangélico” es una rama del protestantismo, que a su vez es una rama del Cristianismo, que a su vez es una de las cinco grandes religiones. Ser “evangélico”, por lo tanto, es una forma de vivir la espiritualidad cristiana, y en ese caso podemos decir que existe una “espiritualidad cristiana evangélica”. Por detrás de la expresión “otra espiritualidad” está la sugerencia de que existe otra manera de vivir la espiritualidad cristiana, diferente de la manera como los evangélicos la viven. En verdad, el libro* busca demostrar bajo varios enfoques, que la “espiritualidad evangélica” está cada vez más distante de lo que puede considerarse una “espiritualidad cristiana”.

* en este caso el blog (N. del T.)

El camello y el ojo de la aguja

por Ed René Kivitz

Es más fácil ser adepto a la teología de la prosperidad que a la teología de la liberación (que, según dicen, ya murió, pero quienes lo dicen se engañan). Para quien desea tener éxito rápido, confort, popularidad, y una iglesia creciendo sin parar, basta que se ofrezca el evangelio en un embalaje adecuado a la burguesía. Se recomienda evitar críticas a la acumulación de riquezas, llamados humanitarios, referencias a las palabras solidaridad y justicia, opciones ideológicas que favorezcan a los pobres, demostración de simpatía a las expresiones como “contrato social” y “otro mundo posible”, sermones basados en los profetas menores, convocatorias al sacrificio y cosas similares. Tan sólo dos problemas surgirán en el camino: el tribunal de la consciencia (que enfrentando oposición terminará disolviéndose) y el juicio final.

Otra Espiritualidad

por Ed René Kivitz

La expresión “otra espiritualidad” sugiere la pregunta: “¿otra en relación a qué?” ¿Significa que una espiritualidad esta siendo abandonada para que en su lugar aparezca “otra”? En mi caso es simple: estoy abandonando la espiritualidad del sentido común evangélico, y saliendo en busca de la espiritualidad del sentido común de la tradición cristiana.

Me apresuro a explicar. Considero “sentido común” una forma simple de referirme al hecho de que a pesar de la enorme diversidad en relación a las características que identifican al ser evangélico, hay un núcleo que resume la manera como este segmento religioso de la sociedad articula su creencia y su modus vivendi. Al escoger el sentido común, admito que la “otra espiritualidad” que busco no es una novedad, sino un rescate de los aspectos esenciales de la fe cristiana conforme se establecieron en estos más de dos mil años de historia.

Dejando de lado el rigor académico y científico, que no caben en la propuesta de este texto, le llamo “sentido común de la fe evangélica” a los contenidos articulados en la fase más visible de esta tradición religiosa, notoriamente a través de los medios de comunicación impresos, radiales y televisivos. Son los autores y comunicadores masivos quienes le “hacen la cabeza” a los fieles y de a poco van definiendo, consciente e inconscientemente, voluntaria e involuntariamente, un núcleo de creencias determinantes de una cosmovisión, y por consecuencia, una forma de ser en el mundo. A partir de un determinado punto, pasa a existir una cultura autónoma, independiente de los contenidos más elaborados de los teóricos. Esta cultura autónoma es apropiada por el pueblo y a partir de entonces enciende un proceso de desarrollo de creencias y costumbres que se van distanciando cada vez más de la propuesta original.

No tengo dudas en cuanto al hecho de que este fenómeno sucedió en la llamada iglesia evangélica, y que el ser evangélico, conforme a lo comprendido al día de hoy por la sociedad brasileña, e incluso hasta por muchos evangélicos, es algo totalmente distante de los contenidos originales de la fe cristiana. Evidentemente, presume quien afirma conocer “los contenidos originales de la fe cristiana”, pues toda teología es interpretación, significa que todo cuanto los cristianos propagan son versiones del contenido original. Lo que se exige es la evaluación mínima de los contenidos actuales en comparación con aquellos que históricamente, desde periodos más remotos, fueron divulgados como constitutivos de la fe cristiana. Tengo la firme convicción que el cristianismo de los evangélicos contemporáneos es absolutamente distinto del cristianismo de los primeros cristianos y de las tradiciones teológicas más consistentes de la historia de la iglesia.

Por cierto, es muy triste el hecho de que gran parte de los nuevos líderes evangélicos y de los nuevos convertidos a la fe evangélica desconozcan la tradición teológica de la historia de la iglesia, sus exponentes más respetados, sus fundamentos filosóficos, sus enfrentamientos con los espíritus de sus épocas, sus argumentaciones apologéticas y, principalmente, su sangre vertida en defensa de la fe. Los neo-evangélicos están demasiado ocupados en construir una experiencia religiosa que les satisfaga de inmediato y no se ocupan de las aproximaciones a la verdad, pues viven el pragmatismo de quien se dedica a hacer funcionar a dios en vez de ser un íntimo de Él.

Fui tomando consciencia de eso de a poco y, en cierta forma, construyendo mi pensamiento al respecto de “otro Dios y otra espiritualidad” paso a paso, cada vez un insight, como el pan, que nos llega al alma cada mañana, cayendo del cielo cada día. Pan que reparto con temor y temblor.

Gloria Dei, vivens homo

por Ed René Kivitz

El ateismo es un fenómeno de la modernidad. Fue a partir del Iluminismo que se hizo la distinción entre fe y ciencia, lo que dio resultado al surgimiento de los campos religioso y secular. La modernidad excluyó a Dios como hipótesis para explicar el universo y normalizar la vida social. Mientras que la religión explica el mundo con afirmaciones metafísicas sustentadas por la fe, la secularización se vale del método científico que demuestra los hechos: contra los hechos no hay argumentos. Lo que la ciencia no puede probar no puede ser impuesto como paradigma para la vida en sociedad, es objeto de fe individual y privada.

Copérnico y Galileo iniciaron el derrumbe de las explicaciones teológicas del mundo de la física. Karl Marx condenó la religión como el opio del pueblo e instrumento de alienación social. Friedrich Nietzsche denunció la fe en Dios como un impedimento al desarrollo de una humanidad autentica. Sigmund Freud afirmó la búsqueda de dios como una manifestación de un rechazo a la madurez, una opción por la infantilidad que insiste en mantenerse bajo el cuidado de un Dios que se parece más a un padre sobre-protector.

Todos ellos tenían en común la preocupación de emancipar al ser humano de la ignorancia científica, la opresión social, la cobardía existencial, la infantilidad psicológica. Sus palabras negaron a Dios, pero su intención afirmó a Dios con todas las letras. Como Queruga esclarece, el ateismo de la modernidad puede ser entendido no como la negación de lo divino, sino como la afirmación de lo humano.

El tiro moderno salió por la culata. La “muerte de Dios” mató al hombre y vació el universo de sentido: dirección y significado. Y entonces surgió la modernidad líquida (Bauman), cuando ya se sabe que el humano no se basta, la ciencia y la tecnología no son suficientes, las ideologías carecen de suplemento de alma y la razón no abarca la totalidad de la realidad: “hay mas misterios entre el cielo y la tierra de lo que sueña nuestra vana filosofía” decretó Shakespeare.

He aquí la oportunidad del rescate de la religión, o mejor dicho del Cristianismo (el gran condenado en el banco de los reos de la modernidad). Ahora es la hora de mostrar que el sueño de la modernidad se realiza en el Cristianismo adulto. Solamente a partir de la fe y de la relación con la trascendencia, más allá de los límites de la razón, el ser humano desarrolla su plena humanidad. El Cristianismo también quiere el surgimiento del hombre nuevo, o como dijo San Ireneo de Lyon en el siglo II: Gloria Dei, vivens homo; la gloria de Dios es el hombre en la plenitud de su vida.

El Dios despojado

por Ed René Kivitz

Basado en la PARÁBOLA DE LOS HIJOS PERDIDOS
(Lucas 15:11-32)


Tú puedes hacer teología de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba. En caso que elijas hacer teología de arriba hacia abajo, tendrás la compañía de todos los filósofos, especialmente los griegos, que adhirieron a la idea de la perfección de Dios, y dieron todo énfasis a los atributos incomunicables de Dios: omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia 1. Todos los que miran a Dios a través de ese paradigma se imaginan a Dios en un trono alto y sublime (Isaías 6:1), habitando en luz inaccesible (1º Timoteo 6:16), invocado mediante la oración de fe, viene al mundo a hacer cosas buenas (milagros) para sus hijos. No hay nada equivocado en esa descripción de Dios.

Pero también puedes hacer teología de abajo hacia arriba. En ese caso, deberás dejar de lado aquello que Dios es en términos de su perfecta naturaleza eterna, y enfocar la atención en la manera como Dios escogió revelarse y relacionarse con las personas en la historia. Tus ojos deben dejar de lado la visión ideal y abstracta de la filosofía, y volverse hacia Jesucristo, sus acciones y palabras, que revelan al Padre (Juan 10:30; 14:9).

La Biblia enseña que Jesús es Dios despojado, Dios en forma humana, en forma de siervo (Filipenses 2:5-8). Jesús es Dios con nosotros, significa que Dios se revela y se relaciona con nosotros en Jesús (Juan 1:14-18; Hebreos 1:1-3). En Jesús, Dios está despojado, pues su omnipotencia fue limitada por la fe de los que se acercaban a él (Mateo 13:53-58), su omnisciencia fue limitada por el Padre (Mateo 24:36), su omnipresencia fue limitada por la propia encarnación.

La expresión Dios despojado no habla acerca de la naturaleza de Dios. Dios es el mismo, tanto en el trono alto y sublime como encarnado en la persona de Jesús. Pero la manera como Dios se relaciona en el cielo es diferente a la manera como se relaciona en la tierra. En el cielo hace todo lo que le agrada y reina soberano. En la tierra Él obra en y con las personas que responden a su invitación a la comunión con su Hijo: “venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” 2. Esto queda aún más claro cuando comprendemos los criterios según los cuales Dios escogió relacionarse con sus hijos, conforme Jesús enseña en la “parábola de los hijos perdidos” (Lucas 15:11-32).

En primer lugar, el Dios despojado se relaciona según el criterio de la libertad. El hijo menor pide su parte de la herencia y se va de la casa de su padre. En aquella época y cultura, el pedido equivaldría a decir más o menos lo siguiente: –“Padre, todo lo que quiero es que te mueras. Todo lo que me interesa es tu chequera”–. Lo impresionante es que el padre no ofrece oposición a ese deseo del hijo. El criterio es la libertad: –“Tú quieres irte, hijo mío, lo lamento, pero no voy a atarte a mi lado, no voy a obligarte a vivir conmigo en contra de tu voluntad. Sigue tu camino”–.

El Dios despojado no retiene relaciones por la fuerza, mediante la manifestación de su poder y la imposición de su autoridad soberana. El Dios despojado da un paso atrás, para que tú puedas ejercer la libertad de existir con Él o contra Él.

En segundo lugar, el Dios despojado se relaciona según el criterio de la confrontación. El hijo mayor se rehúsa a participar de la fiesta que el padre promueve para alegrarse por el regreso del hijo menor, que estaba muerto y revivió, estaba perdido y fue encontrado. El padre va al encuentro del hijo mayor y lo interpela, lo confronta y lo coloca ante la necesidad de tomar una decisión. Pero no decide por él, ni lo obliga a someterse a su voluntad.

El padre no exige obediencia diciendo: –“Mientras estés en mi casa harás las cosas a mi manera”–. El padre confronta al hijo y espera tocar su consciencia, para que, a ejemplo del hijo menor, él también “caiga en si” y experimente una transformación desde adentro hacia fuera; de modo que su sumisión a la voluntad del padre sea un acto voluntario y consciente de ser la mejor opción.

Dios no es un remediador de problemas. Es un remediador de personas. Dios no prometió hacer nuestra vida mejor. Prometió hacernos hombres y mujeres mejores; semejantes a su Hijo 3.

Quien espera una vida mejor como resultado de la intervención del Dios omnipotente, omnipresente y omnisciente, termina frustrado y entregándose a la culpa y la incredulidad. Quien espera ser una persona mejor y andar en comunión con Dios, en una relación de amor y libertad, respondiendo a sus confrontaciones y disfrutando de su presencia y dulce compañía es capaz de enfrentar la vida, cualquiera que ésta sea.


1. Por ejemplo: Job 42:2; Salmo 139; Isaías 43:13; Lucas 18:27.
2. Salmo 115:3; Mateo 6:10; 1º Corintios 1:9.
3. Romanos 8:28-30; 2º Corintios 3:18; Gálatas 4:19; Efesios 4:11-13.

Nuestro destino

por Ed René Kivitz

Una de las cosas más estúpidas que ya creí, en términos de religión, fue que la composición de la población del cielo podía ser mensurada por el número de personas que dieron el “sí” a un llamado de conversión a Jesucristo hecho en base a la tradición del cristianismo protestante evangélico angloamericano. Traduciendo: si tú crees que irán al cielo solamente las personas que aceptan a Jesús como salvador después de oír el evangelio predicado a partir de la cultura angloamericana, entonces estás en problemas: tu cielo es demasiado pequeño; tu Dios es demasiado pequeño; tu Cristo es demasiado pequeño; tu evangelio es demasiado pequeño; tu Espíritu Santo es demasiado pequeño; tu universo de comunión es demasiado pequeño; tu proyecto existencial es demasiado pequeño; tu peregrinación espiritual es demasiado pequeña.

Es urgente que se articule otra manera de convocar a las personas para que se dirijan camino al cielo. Una convocatoria que considere que “no todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de los cielos, sino sólo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo” – palabras de Jesús. Una convocatoria que resignifique el concepto de cielo, que debe dejar de ser un lugar geográfico en otro mundo para donde se va después de muerto, para significar una dimensión de relación con el Dios Eterno para la experiencia continua del proceso de humanización: estar en Cristo, ser como Cristo, ser Cristo. Con eso quiero decir que el llamado para aceptar a Jesús como salvador como credencial para ir al cielo no es la mejor convocatoria. La mejor convocatoria espiritual cristiana no es una migración de un lugar para otro, sino de un estado de ser para otro. Nuestro destino no es el cielo. Nuestro destino es Cristo. Y estoy convencido de que mucha gente va a llegar allá aunque nunca hayan escuchado el plan de salvación desarrollado por los teólogos sistemáticos angloamericanos.

Perfume de mujer

por Ed René Kivitz

De repente entra en la sala una mujer de reputación más que dudosa y camina segura en dirección a Jesús. Sin la menor ceremonia se arrodilla detrás de él y le lava los pies con sus lágrimas. Utiliza sus cabellos como toalla, y derrama sobre los pies secos el perfume que llena la casa del olor del cabaret. Jesús no se hace esperar: entrega los pies a los besos de la mujer.

Los estrechos de mente de guardia no pierden tiempo. Critican el desperdicio de perfume, sugiriendo en que podría ser transformado en pan para los pobres, y dejarán en claro que se trata de una mujer de pésima reputación, pecadora, decían. Detrás de las palabras respecto de la mujer está implícita la condena a Jesús: si fuera profeta sabría que la mujer no vale nada; si fuese un hombre serio no se dejaría tocar de esa manera; se fuese uno de nosotros condenaría a la mujer de vida fácil.

Pero Jesús es diferente. No es uno de los nuestros. Jesús acepta el perfume de las prostitutas. Ya puedo escuchar las observaciones de los estrechos de mente de hoy: "es verdad, pero la mujer abandonó aquella vida"... no lo se. Todo lo que Jesús le dijo fue "tus pecados son perdonados", pues la demostración del amor era proporcional al alivio de la culpa: a quien mucho se le perdona, mucho ama. Y Jesús se despide de la mujer: "tu fe te salvó, ve en paz".

Por regla general, los beatos no aceptan el perfume de las pecadoras. Y cuando lo aceptan, quieren asegurarse que ya cambiaron de vida o pretendan cambiar. Esta es la faz más sombría del cristianismo institucionalizado: imponer su moral, enclaustrar el amor de Dios y la gracia de Cristo. ¿Será que debemos "dejar" que la gracia haga su camino dentro de las personas, y las personas hagan su camino dentro de la gracia? ¿Será que alcanzamos a creer que Dios trata con los pecadores, y lo hace aceptando su perfume? ¿O preferimos controlar a los pecadores, exigiendo que se ajusten a nuestra estrecha moralidad, en vez de darles espacio para ser transformados de dentro hacia fuera?

¿Dónde escondieron al Dios que acepta el perfume de las prostitutas?