Nuestro destino

por Ed René Kivitz

Una de las cosas más estúpidas que ya creí, en términos de religión, fue que la composición de la población del cielo podía ser mensurada por el número de personas que dieron el “sí” a un llamado de conversión a Jesucristo hecho en base a la tradición del cristianismo protestante evangélico angloamericano. Traduciendo: si tú crees que irán al cielo solamente las personas que aceptan a Jesús como salvador después de oír el evangelio predicado a partir de la cultura angloamericana, entonces estás en problemas: tu cielo es demasiado pequeño; tu Dios es demasiado pequeño; tu Cristo es demasiado pequeño; tu evangelio es demasiado pequeño; tu Espíritu Santo es demasiado pequeño; tu universo de comunión es demasiado pequeño; tu proyecto existencial es demasiado pequeño; tu peregrinación espiritual es demasiado pequeña.

Es urgente que se articule otra manera de convocar a las personas para que se dirijan camino al cielo. Una convocatoria que considere que “no todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de los cielos, sino sólo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo” – palabras de Jesús. Una convocatoria que resignifique el concepto de cielo, que debe dejar de ser un lugar geográfico en otro mundo para donde se va después de muerto, para significar una dimensión de relación con el Dios Eterno para la experiencia continua del proceso de humanización: estar en Cristo, ser como Cristo, ser Cristo. Con eso quiero decir que el llamado para aceptar a Jesús como salvador como credencial para ir al cielo no es la mejor convocatoria. La mejor convocatoria espiritual cristiana no es una migración de un lugar para otro, sino de un estado de ser para otro. Nuestro destino no es el cielo. Nuestro destino es Cristo. Y estoy convencido de que mucha gente va a llegar allá aunque nunca hayan escuchado el plan de salvación desarrollado por los teólogos sistemáticos angloamericanos.

Perfume de mujer

por Ed René Kivitz

De repente entra en la sala una mujer de reputación más que dudosa y camina segura en dirección a Jesús. Sin la menor ceremonia se arrodilla detrás de él y le lava los pies con sus lágrimas. Utiliza sus cabellos como toalla, y derrama sobre los pies secos el perfume que llena la casa del olor del cabaret. Jesús no se hace esperar: entrega los pies a los besos de la mujer.

Los estrechos de mente de guardia no pierden tiempo. Critican el desperdicio de perfume, sugiriendo en que podría ser transformado en pan para los pobres, y dejarán en claro que se trata de una mujer de pésima reputación, pecadora, decían. Detrás de las palabras respecto de la mujer está implícita la condena a Jesús: si fuera profeta sabría que la mujer no vale nada; si fuese un hombre serio no se dejaría tocar de esa manera; se fuese uno de nosotros condenaría a la mujer de vida fácil.

Pero Jesús es diferente. No es uno de los nuestros. Jesús acepta el perfume de las prostitutas. Ya puedo escuchar las observaciones de los estrechos de mente de hoy: "es verdad, pero la mujer abandonó aquella vida"... no lo se. Todo lo que Jesús le dijo fue "tus pecados son perdonados", pues la demostración del amor era proporcional al alivio de la culpa: a quien mucho se le perdona, mucho ama. Y Jesús se despide de la mujer: "tu fe te salvó, ve en paz".

Por regla general, los beatos no aceptan el perfume de las pecadoras. Y cuando lo aceptan, quieren asegurarse que ya cambiaron de vida o pretendan cambiar. Esta es la faz más sombría del cristianismo institucionalizado: imponer su moral, enclaustrar el amor de Dios y la gracia de Cristo. ¿Será que debemos "dejar" que la gracia haga su camino dentro de las personas, y las personas hagan su camino dentro de la gracia? ¿Será que alcanzamos a creer que Dios trata con los pecadores, y lo hace aceptando su perfume? ¿O preferimos controlar a los pecadores, exigiendo que se ajusten a nuestra estrecha moralidad, en vez de darles espacio para ser transformados de dentro hacia fuera?

¿Dónde escondieron al Dios que acepta el perfume de las prostitutas?